CAPÍTULO
UNO
LA
CALLE GRENHEG
Caminábamos por una
calle llamada Grenheg. Habíamos llegado allí por la calle Michael, bueno, por
un muro de la calle Michael. Ben se había asegurado de que nadie miraba y abrió
un hueco en la pared que daba a la calle Grenheg, y luego lo cerró tras
nosotros otra vez.
Era una calle enorme,
llena de tiendas y locales.
―¿Y dices que aquí
compran los magos todo lo que necesitan? ―le pregunté fascinada con lo que veía
en aquella calle.
―No sólo a comprar,
también vienen a pasar el rato en las cafeterías, los pubs y otro tipo de
locales de ocio. Mira, ¿Ves ese de ahí? ―me señaló un local que parecía
abandonado. Tenía un cartel que decía ''La Oreja Loca''.
―Sí...
―Es uno de los locales
que más nos gusta a los magos.
―¿Lo dices... en serio?
―Sí. ―sonrió.
―Parece de mala
calidad.
-Eso es por fuera, pero
por dentro hay buen ambiente, y sirven unas bebidas buenísimas. Luego te
llevaré si tienes hambre. Primero vamos a lo prioritario.
―¿Eh?
―Varita, libros,
uniforme, y demás menesteres.
―Oh, qué bien. Ya tengo
ganas de ir al colegio. ―dije emocionada.
―Eh, no todo en el
colegio va a ser estupendo. Los profesores son muy estrictos.
―No creo que lo sean
más que mis tíos, ―comenté con una sonrisa de resignación. ―aunque no sé si
“estrictos” es la palabra adecuada.
―No deberías tolerarles
que te traten así. Voy a tener que hablar seriamente con Castelotte de esto.
―¡Oh, mira! ―exclamé señalando
una tienda con aspecto artesanal. ―¿Podemos ir?
―Es Hocks, la tienda de
varitas de segunda mano. Nosotros iremos a Languers, es la tienda de varitas
nuevas. ―dijo y echó a andar.
―Oh, pero yo... Vale...
―lo seguí, resignada. Entramos en Languers. Una tienda bastante más lujosa.
Había estanterías y estanterías llenas de varitas bien colocadas de pie. ―Ben...
¿Cómo voy a comprarme una varita? No tengo dinero...
―Los magos usamos
dinero mágico.
―Pero yo no...
―Tus padres tenían
mucho. Tu familia ha sido muy rica desde hace muchos siglos.
―¿Ah, sí?
―Diecisiete mil
trillones de aristeiks te han dejado.
―¿Qué? ¿Qué son los
aristeiks?
―Los aristeiks son la
moneda mágica con más valor. Luego vienen los riquis. Y la moneda más pequeña
son los poneds.
―Uff... Me va a costar
acostumbrarme a eso.
―Verás que no. ―sonrió.
―¿Y esta gata te sigue a todas partes? ―preguntó mirando a la gata negra, que
caminaba detrás de mí.
―Pues sí.
―Pues me resulta
conocida.
―¿Ah, sí? ¿De qué?
―No lo sé. ―dijo,
confuso. ―Buenas tardes, Languers. ―saludó jovialmente al vendedor cuando
entramos en la tienda. Languers era un hombre con aspecto adinerado. Llevaba
traje y corbata ―estilo funcionario― y el pelo negro engominado peinado hacia
atrás, su bigote era recto y pequeño. Tenía la piel blanquecina y aparentaba
unos cuarenta años.
Ben me dio un bolso de
terciopelo rojo con rubíes incrustados.
―¿Eh?
―Oh, Ben, buenas
tardes.
―Hola, señor. ―sonreí
yo. ―Ben, ¿Qué es esto? ―murmuré.
―Venga, elige una varita. ―me susurró Ben.
―Oh.
―Se ha criado con sinmagia.
―le dijo al vendedor.
―Ah, entiendo.
―Humm... Señor Langues...
Perdón, señor Languers... ―señalé unas cuantas varitas.
―Las he hecho yo mismo.
―dijo con orgullo. ―Madera de sauce, abedul y pino. ―dijo señalando con un dedo
las varitas según me explicaba de qué eran.
―Ah, están hechas de
eso. ―el vendedor bajó la cabeza y la movió de lado a lado, como si estuviera
avergonzado. ―Ejem... Son muy bonitas...
―Pues venga, elige una,
la que más te guste. ―me animó Ben con una sonrisa.
―Em...
―Vuelvo enseguida.
Voy... a un sitio, ¿Vale? Ve decidiendo qué varita escoger, no te vayas. ―sonrió.
―Oh, vale.
―¿Aún no has decidido?
―preguntó Languers.
―No... Es que... No se
ofenda pero son... Un poco...
―¿Exquisitas?
―Sí, eso. ―por favor,
eran demasiado, había una que parecía de oro. ¿No se suponía que estaban hechas
de madera? Algunas eran bonitas pero otras...
―Tienes tiempo para
decidir.
―Yo... Voy a buscar a
Ben...
―¿No dijo que lo
esperaras aquí?
―Sí, pero... ¡Adiós! ―exclamé
y me escabullí de la tienda. Caminé decidida hacia la tienda de varitas de
segunda mano seguida de la gata. Vi un local que se llamaba Forges y Forgs, y
en ella vendían túnicas y otra ropa de magos y brujas. A mi izquierda había un
lugar que se llamaba ''La Poción Perfecta'', y aunque nadie me lo hubiera
dicho, habría sabido que era una tienda para comprar ingredientes de pociones y
todo lo relacionado con ellas.
Justo antes de llegar
encontré un edificio que me fascinó; Se llamaba Mostread. Era una librería ―los
libros me encantaban, llegaban a gustarme más que la televisión― y quería
entrar, pero decidí esperar a reunirme con Ben de nuevo y volver cuando
fuéramos a buscar mis libros de texto, así que di unos pasos más y llegué a
Hocks.
―Hola, buenas tardes. ―sonreí
al entrar.
―Buenas tardes,
muchacha, soy Hocks, dueño de esta tienda.
Hocks era un hombre de
aspecto descuidado. Su pelo era algo largo y lo tenía revuelto, ―dándole un
aspecto de lunático― y parecía algo sucio. Llevaba unos pantalones un poco
raídos y la camisa blanca por fuera. A simple vista daba un poco de miedo y
parecía tener unos setenta años pero debía de ser un hombre que no tenía dinero
―¿Y la magia para qué era? Para arreglarse tan bien como Languers―, y
probablemente tendría entre cincuenta y largos y sesenta y pocos años.
―Quería comprar una
varita. ―le dije con calma.
―Oh, ya nadie viene a
comprar a mi tienda, ahora todos quieren las carísimas varitas de Languers. ―dijo
con pesar.
―Pues a mí no me
gustan, son... demasiado. Estas son más artesanales, más sencillas. ―las
varitas flotaban expuestas cada una en su lugar.
―Oh, sí, seguro. ―afirmó,
animándose y saliendo de detrás del mostrador. ―Y mejores que las de Languers
en la práctica, en mi modesta opinión. ¿Te gusta alguna en especial? La mayoría
las he hecho yo, pero algunas han pertenecido a otros magos.
―Humm... ―me acerqué a
una varita en especial. ―Esta varita me ha atraído notablemente.
―Oh, una de las ya
usadas.
―¿Sí? ¿A quién
perteneció?
―No lo sé, la verdad,
he intentado averiguarlo pero no creo que lo consiga.
―¿Por qué?
―Porque esta varita, a
juzgar por su tallado y su composición tiene como un siglo.
―¿En serio?
Impresionante.
―Ya nadie fabrica
varitas como esta. Madera de drago y sangre de dragón.
―¿Sangre... de dragón?
¿Cómo meten eso ahí dentro?
―Mediante magia. ―sonrió
el vendedor ante mi ingenuidad. ―¿Sabes? Hay dos varitas más iguales a esta,
son trillizas.
―¿Varitas... trillizas?
―Sí, construidas del
mismo material. ―lo miré, enarcando una ceja. ―Oh, sé que piensas que estoy
loco, igual que todos...
―¡No, no! ―me alarmé. ―No
es eso... Es que... yo me he criado con sinmagia y todo esto es nuevo para
mí... Por favor, no se ponga así, explíqueme mejor eso de las varitas
trillizas, yo le creeré.
Me miró con
desconfianza pero luego se emocionó un poco y comenzó la explicación.
―Bien, supón que hay un
árbol en el bosque, sólo uno, un drago.
―Sí. ―asentí.
―Pues supón que lo talo,
y con su madera hago tres varitas, tres varitas idénticas, con sangre de dragón
además. Y luego la madera que sobra, la echo por ejemplo a la chimenea. Ya no
queda más madera de ese árbol, pero esas tres varitas han salido de él.
―¡Oh, ya entiendo! ¿Y
por qué no le creen?
―Porque como te dije,
ya nadie hace varitas como estas. Además, las varitas que van unidas... Suelen
traer malos presagios.
―¿Malos presagios? ¿Por
qué?
Unos golpes en la
puerta nos interrumpieron. Miré hacia allí, sobresaltada.
―¿Qué haces ahí? ―preguntó
Ben moviendo la cabeza de lado a lado.
―Oh, ¡Hola, Ben! ¡Pasa!
―exclamó Hocks.
Ben entró en la tienda
con una jaula en la mano, en su interior había una lechuza preciosa de color
blanco perla.
―Hocks, viejo amigo.
―Ben me miró. ―¿No te dije que me esperaras allí? ―susurró.
―¿Por qué querías que
comprara en Languers? Estas varitas son mejores. ―dije cruzándome de brazos.
Hocks y Ben compartieron una mirada.
―Iba a traerte aquí
luego. Sabía que te gustaban estas varitas.
―¿Seguro? ―pregunté
enarcando una ceja.
―Claro. Aquí compré yo
mi varita. ―sonrió.
―Ben, ¿Qué es eso? ―pregunté
mirando la lechuza.
―Una lechuza.
―Ya lo sé. Pero no la
traías antes, ¿De dónde la has sacado? ¿Es tuya?
―Oh, qué cabeza tengo.
―me tendió la jaula. ―Veintinueve de septiembre. Feliz cumpleaños.
―¿Qué? ¿Es para mí?
―Sí, es un macho, cuídalo
bien, ¿Eh?
―Oh, muchas gracias,
Ben. ―dije con voz suave y lo abracé.
―No hay de qué. ―dijo
dándome palmaditas en la espalda.
―No hay nada mejor que
una bonita lechuza como regalo de cumpleaños para una muchacha nueva en Neitrix.
―comentó el señor Hocks.
―Oh, ―me separé de Ben
y fui hasta la varita que me había gustado tanto. ―yo... quiero comprar esta
varita... ¿Puedo cogerla?
―Claro. ―sonrió el
vendedor. Acerqué mis manos lentamente al objeto y la cogí, al hacerlo, la
varita brilló intensamente.
―¡Guau! ―exclamé cuando
el brillo cesó y la varita volvió a su estado natural. Me giré hacia los dos
hombres, que me miraban de tal forma que parecía que se les iban a salir los
ojos de las órbitas. ―¿Qué-qué pasa? ―pregunté asustada.
―Es que... bueno, pues
que... ―titubeó el señor Hocks. ―No-no-no es normal que una varita haga eso...
a menos que...
―¡Bueno! ―exclamó Ben
interrumpiendo al vendedor. ―Venga, págale la varita que tenemos que irnos.
―¿Pero irnos a dónde?
―A comprar lo demás,
venga, venga, venga.
―Vale, vale, ya voy.
Ay, no sabía que te ponías así cada vez que tienes prisa. ―dije moviendo la
cabeza de lado a lado mientras me dirigía al mostrador junto con Hocks. ―Espera,
¿Cómo le pago?
―En ese bolso tienes tu
dinero.
―¡¿Todo?!
―Claro que no, el resto
está en el banco mágico.
―Ah. ―me giré hacia el
vendedor. ―¿Cuánto cobra por esta varita?
―Te la regalo.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Por ser para ti. ―sonrió.
Ladeé la cabeza.
―Pero yo...
―Llévatela, es tuya. Un
obsequio de cumpleaños.
―Usted no me conoce...
―No importa, vamos,
llévatela, no me harás ese feo, ¿Verdad? ―eso no podía hacerlo.
―Está... Está bien,
muchas gracias. ―dije. Salí junto a Ben de la tienda. ―Espera, Ben. ―le dije.
―¿Qué pasa?
―Nadie va a su tienda,
se va a arruinar. Tengo que pagarle la varita. ―dije abriendo el bolso. ―¿Pero
qué...?
―Es un bolso sin fondo.
―aclaró y metí la mano hasta el hombro.
―Vaya... ¿De dónde lo
has sacado?
―Me lo dio el profesor
Castellote para ti.
―Oh, tendré que
agradecérselo. ―acerté a coger algunas monedas.
―Qué generosa eres. ―dijo.
―¿Por qué?
―Vas a darle veinte
aristeiks.
―¿Es mucho?
―Sí, bastante.
―Bueno, da igual. Me
parece mejor creador de varitas que ese tal Languers.
―En eso tienes razón.
Me aseguré de que el
vendedor no miraba cuando abrí un poco la puerta y dejé el puño de monedas
dentro antes de volver a cerrar.
―Ya está. ―dije.
―Bien, vamos a buscar
la ropa. ―anunció Ben y caminamos en dirección contraria a Hocks, pasando por
delante de Languers.
―¿Por qué por ser yo?
―¿Qué?
―¿Por qué ha dicho que
me regala la varita por ser yo?
―Será que le caes bien.
―Me acaba de conocer, y
nadie va a comprar a su tienda, no está como para regalar las varitas. ¿Y por
qué me has sacado de esa forma de la tienda?
―Por favor, no me hagas
más preguntas, pregúntale a Castelotte cuando vayas al colegio. ―me suplicó.
―Oh, pero Ben, no te
pongas así... ¿No somos amigos? ―el mago sonrió.
―Sí.
―¿Cómo sabías que hoy
es mi cumpleaños?
―Yo te vi nacer.
―¿En serio?
―Tu madre era una
maravillosa estudiante. La conocí desde que era una niña como tú.
―¿Cuántos años tienes?
―Cincuenta y tres.
―¿Es verdad que los
magos y brujas viven cientos de años?
―Sí, es verdad.
―¿Y... por qué mi
madre...? ―dije apenada. Entramos en una tienda llamada Dressclothed.
―Los magos podemos
morir de viejos ―me explicó mientras íbamos a la sección de uniformes. ―, que
puede ser después de siglos y siglos. La tasa actual de edad es de ochocientos
cuarenta y un años.
―¿Quién ha vivido
tanto? ―pregunté, perpleja.
―Zacarías Stacatti. El
fundador de Neitrix. Llegó casi al milenio. ―sonrió y luego carraspeó. ―Bueno,
lo que te decía. Algunos mueren de viejos, otros pueden morir en accidentes
como tu madre, y otros... por enfermedades, o simplemente, de tristeza. Los
magos somos como los sinmagia salvo en que nuestra senectud tarda más en
llegar, tardamos más en envejecer.
―Entiendo... ―intenté
cambiar de tema. ―¿Son estos? ―señalé una minifalda de color azulina a juego
con un chaleco, un pulóver y una blusa de botones blanca que estaban colgados
de una percha.
―Sí, y estas túnicas. ―señaló
lo que había en la estantería de al lado. Cogí una y vi una “N” en mayúscula
dentro de un escudo en forma de hexágono que se dividía en seis partes. En uno
había un dibujo de una corona de oro con diamantes, en el siguiente cachito
había un espejo con rubíes incrustados, en el otro había un abedul, en el otro
trozo había un trébol de cuatro hojas precioso, el siguiente tenía una copa
blanca, y en el último había una espada de plata con zafiros incrustados.
―¿Cómo hacen estos
bordados? Tan pequeñitos, tan detallados...
―Ninfas, son las
mejores tejedoras del mundo.
―Asombroso... ―murmuré
fascinada. Tras probarme varias túnicas y uniformes, fuimos a pagar.
La falda del uniforme,
por suerte me llegaba un poco por encima de las rodillas y la túnica llegaba
hasta el suelo.
―Y ahora los libros,
¿Verdad? ―pregunté emocionada.
―Sí. Parece que tienes
ganas de comprarlos.
―Es que me encanta leer
y me gustaría comprar algunos libros de lectura para...
―No hay tiempo para
eso.
―Vamos, Ben, por favor,
¿No somos amigos? ―le puse cara de cordero degollado.
―Ay, ¿Cómo haces eso?
No me puedo resistir a esa carita.
―Me lo apuntaré por si
me hace falta.-sonreí con picardía. Ben suspiró.
―Puedes comprar algunos
libros pero no tardes, ―miró un papel, parecía una lista. ―todavía debemos ir a
comprarte los ingredientes para las pociones, una alfombra voladora, la
escoba...
―¿Alfombra voladora?
¡¿Escoba?! ―me alarmé. Lo miré con los ojos bien abiertos.
―Sí, ¿Qué
pasa?-preguntó confuso.
―No-no quiero montar en
escoba, no quiero volar, ¡No-voy-a volar!
―Cálmate, pequeña, ¿Por
qué no quieres volar? Tendrás que hacerlo, te enseñarán a hacerlo en el
colegio.
―¡Pero Ben, ¿Quieres
que me dé un soponcio?! ¡Ni drogada me suben a mí en una de esas cosas!
―¡¿Pero por qué?! ―me
preguntó poniéndose nervioso.
―¡Porque yo tengo
vértigo!
―Oh... Eso puede ser un
problema...
―Ah, sólo ''puede'' ser
un problema.
―¿Qué te parece si te
doy una vuelta antes de usarla tú sola?
―Eso no me convence
demasiado...
―Te pueden suspender la
asignatura.
―¿Es que no son
comprensivos con los que tienen miedo a las alturas?
―Es que... bueno, tú
eres un caso especial, como no te has criado con magos, no has cogido una escoba
voladora en tu vida. Igualmente las compraremos.
―Vale, pero no me voy a subir.
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