jueves, 28 de junio de 2012

El Legado Continúa - Uno



CAPÍTULO UNO
LA CALLE GRENHEG
Caminábamos por una calle llamada Grenheg. Habíamos llegado allí por la calle Michael, bueno, por un muro de la calle Michael. Ben se había asegurado de que nadie miraba y abrió un hueco en la pared que daba a la calle Grenheg, y luego lo cerró tras nosotros otra vez.
Era una calle enorme, llena de tiendas y locales.
―¿Y dices que aquí compran los magos todo lo que necesitan? ―le pregunté fascinada con lo que veía en aquella calle.
―No sólo a comprar, también vienen a pasar el rato en las cafeterías, los pubs y otro tipo de locales de ocio. Mira, ¿Ves ese de ahí? ―me señaló un local que parecía abandonado. Tenía un cartel que decía ''La Oreja Loca''.
―Sí...
―Es uno de los locales que más nos gusta a los magos.
―¿Lo dices... en serio?
―Sí. ―sonrió.
―Parece de mala calidad.
-Eso es por fuera, pero por dentro hay buen ambiente, y sirven unas bebidas buenísimas. Luego te llevaré si tienes hambre. Primero vamos a lo prioritario.
―¿Eh?
―Varita, libros, uniforme, y demás menesteres.
―Oh, qué bien. Ya tengo ganas de ir al colegio. ―dije emocionada.
―Eh, no todo en el colegio va a ser estupendo. Los profesores son muy estrictos.
―No creo que lo sean más que mis tíos, ―comenté con una sonrisa de resignación. ―aunque no sé si “estrictos” es la palabra adecuada.
―No deberías tolerarles que te traten así. Voy a tener que hablar seriamente con Castelotte de esto.
―¡Oh, mira! ―exclamé señalando una tienda con aspecto artesanal. ―¿Podemos ir?
―Es Hocks, la tienda de varitas de segunda mano. Nosotros iremos a Languers, es la tienda de varitas nuevas. ―dijo y echó a andar.
―Oh, pero yo... Vale... ―lo seguí, resignada. Entramos en Languers. Una tienda bastante más lujosa. Había estanterías y estanterías llenas de varitas bien colocadas de pie. ―Ben... ¿Cómo voy a comprarme una varita? No tengo dinero...
―Los magos usamos dinero mágico.
―Pero yo no...
―Tus padres tenían mucho. Tu familia ha sido muy rica desde hace muchos siglos.
―¿Ah, sí?
―Diecisiete mil trillones de aristeiks te han dejado.
―¿Qué? ¿Qué son los aristeiks?
―Los aristeiks son la moneda mágica con más valor. Luego vienen los riquis. Y la moneda más pequeña son los poneds.
―Uff... Me va a costar acostumbrarme a eso.
―Verás que no. ―sonrió. ―¿Y esta gata te sigue a todas partes? ―preguntó mirando a la gata negra, que caminaba detrás de mí.
―Pues sí.
―Pues me resulta conocida.
―¿Ah, sí? ¿De qué?
―No lo sé. ―dijo, confuso. ―Buenas tardes, Languers. ―saludó jovialmente al vendedor cuando entramos en la tienda. Languers era un hombre con aspecto adinerado. Llevaba traje y corbata ―estilo funcionario― y el pelo negro engominado peinado hacia atrás, su bigote era recto y pequeño. Tenía la piel blanquecina y aparentaba unos cuarenta años.
Ben me dio un bolso de terciopelo rojo con rubíes incrustados.
―¿Eh?
―Oh, Ben, buenas tardes.
―Hola, señor. ―sonreí yo. ―Ben, ¿Qué es esto? ―murmuré.
―Venga, elige una varita. ―me susurró Ben.
―Oh.
―Se ha criado con sinmagia. ―le dijo al vendedor.
―Ah, entiendo.
―Humm... Señor Langues... Perdón, señor Languers... ―señalé unas cuantas varitas.
―Las he hecho yo mismo. ―dijo con orgullo. ―Madera de sauce, abedul y pino. ―dijo señalando con un dedo las varitas según me explicaba de qué eran.
―Ah, están hechas de eso. ―el vendedor bajó la cabeza y la movió de lado a lado, como si estuviera avergonzado. ―Ejem... Son muy bonitas...
―Pues venga, elige una, la que más te guste. ―me animó Ben con una sonrisa.
―Em...
―Vuelvo enseguida. Voy... a un sitio, ¿Vale? Ve decidiendo qué varita escoger, no te vayas. ―sonrió.
―Oh, vale.
―¿Aún no has decidido? ―preguntó Languers.
―No... Es que... No se ofenda pero son... Un poco...
―¿Exquisitas?
―Sí, eso. ―por favor, eran demasiado, había una que parecía de oro. ¿No se suponía que estaban hechas de madera? Algunas eran bonitas pero otras...
―Tienes tiempo para decidir.
―Yo... Voy a buscar a Ben...
―¿No dijo que lo esperaras aquí?
―Sí, pero... ¡Adiós! ―exclamé y me escabullí de la tienda. Caminé decidida hacia la tienda de varitas de segunda mano seguida de la gata. Vi un local que se llamaba Forges y Forgs, y en ella vendían túnicas y otra ropa de magos y brujas. A mi izquierda había un lugar que se llamaba ''La Poción Perfecta'', y aunque nadie me lo hubiera dicho, habría sabido que era una tienda para comprar ingredientes de pociones y todo lo relacionado con ellas.
Justo antes de llegar encontré un edificio que me fascinó; Se llamaba Mostread. Era una librería ―los libros me encantaban, llegaban a gustarme más que la televisión― y quería entrar, pero decidí esperar a reunirme con Ben de nuevo y volver cuando fuéramos a buscar mis libros de texto, así que di unos pasos más y llegué a Hocks.
―Hola, buenas tardes. ―sonreí al entrar.
―Buenas tardes, muchacha, soy Hocks, dueño de esta tienda.
Hocks era un hombre de aspecto descuidado. Su pelo era algo largo y lo tenía revuelto, ―dándole un aspecto de lunático― y parecía algo sucio. Llevaba unos pantalones un poco raídos y la camisa blanca por fuera. A simple vista daba un poco de miedo y parecía tener unos setenta años pero debía de ser un hombre que no tenía dinero ―¿Y la magia para qué era? Para arreglarse tan bien como Languers―, y probablemente tendría entre cincuenta y largos y sesenta y pocos años.
―Quería comprar una varita. ―le dije con calma.
―Oh, ya nadie viene a comprar a mi tienda, ahora todos quieren las carísimas varitas de Languers. ―dijo con pesar.
―Pues a mí no me gustan, son... demasiado. Estas son más artesanales, más sencillas. ―las varitas flotaban expuestas cada una en su lugar.
―Oh, sí, seguro. ―afirmó, animándose y saliendo de detrás del mostrador. ―Y mejores que las de Languers en la práctica, en mi modesta opinión. ¿Te gusta alguna en especial? La mayoría las he hecho yo, pero algunas han pertenecido a otros magos.
―Humm... ―me acerqué a una varita en especial. ―Esta varita me ha atraído notablemente.
―Oh, una de las ya usadas.
―¿Sí? ¿A quién perteneció?
―No lo sé, la verdad, he intentado averiguarlo pero no creo que lo consiga.
―¿Por qué?
―Porque esta varita, a juzgar por su tallado y su composición tiene como un siglo.
―¿En serio? Impresionante.
―Ya nadie fabrica varitas como esta. Madera de drago y sangre de dragón.
―¿Sangre... de dragón? ¿Cómo meten eso ahí dentro?
―Mediante magia. ―sonrió el vendedor ante mi ingenuidad. ―¿Sabes? Hay dos varitas más iguales a esta, son trillizas.
―¿Varitas... trillizas?
―Sí, construidas del mismo material. ―lo miré, enarcando una ceja. ―Oh, sé que piensas que estoy loco, igual que todos...
―¡No, no! ―me alarmé. ―No es eso... Es que... yo me he criado con sinmagia y todo esto es nuevo para mí... Por favor, no se ponga así, explíqueme mejor eso de las varitas trillizas, yo le creeré.
Me miró con desconfianza pero luego se emocionó un poco y comenzó la explicación.
―Bien, supón que hay un árbol en el bosque, sólo uno, un drago.
―Sí. ―asentí.
―Pues supón que lo talo, y con su madera hago tres varitas, tres varitas idénticas, con sangre de dragón además. Y luego la madera que sobra, la echo por ejemplo a la chimenea. Ya no queda más madera de ese árbol, pero esas tres varitas han salido de él.
―¡Oh, ya entiendo! ¿Y por qué no le creen?
―Porque como te dije, ya nadie hace varitas como estas. Además, las varitas que van unidas... Suelen traer malos presagios.
―¿Malos presagios? ¿Por qué?
Unos golpes en la puerta nos interrumpieron. Miré hacia allí, sobresaltada.
―¿Qué haces ahí? ―preguntó Ben moviendo la cabeza de lado a lado.
―Oh, ¡Hola, Ben! ¡Pasa! ―exclamó Hocks.
Ben entró en la tienda con una jaula en la mano, en su interior había una lechuza preciosa de color blanco perla.
―Hocks, viejo amigo. ―Ben me miró. ―¿No te dije que me esperaras allí? ―susurró.
―¿Por qué querías que comprara en Languers? Estas varitas son mejores. ―dije cruzándome de brazos. Hocks y Ben compartieron una mirada.
―Iba a traerte aquí luego. Sabía que te gustaban estas varitas.
―¿Seguro? ―pregunté enarcando una ceja.
―Claro. Aquí compré yo mi varita. ―sonrió.
―Ben, ¿Qué es eso? ―pregunté mirando la lechuza.
―Una lechuza.
―Ya lo sé. Pero no la traías antes, ¿De dónde la has sacado? ¿Es tuya?
―Oh, qué cabeza tengo. ―me tendió la jaula. ―Veintinueve de septiembre. Feliz cumpleaños.
―¿Qué? ¿Es para mí?
―Sí, es un macho, cuídalo bien, ¿Eh?
―Oh, muchas gracias, Ben. ―dije con voz suave y lo abracé.
―No hay de qué. ―dijo dándome palmaditas en la espalda.
―No hay nada mejor que una bonita lechuza como regalo de cumpleaños para una muchacha nueva en Neitrix. ―comentó el señor Hocks.
―Oh, ―me separé de Ben y fui hasta la varita que me había gustado tanto. ―yo... quiero comprar esta varita... ¿Puedo cogerla?
―Claro. ―sonrió el vendedor. Acerqué mis manos lentamente al objeto y la cogí, al hacerlo, la varita brilló intensamente.
―¡Guau! ―exclamé cuando el brillo cesó y la varita volvió a su estado natural. Me giré hacia los dos hombres, que me miraban de tal forma que parecía que se les iban a salir los ojos de las órbitas. ―¿Qué-qué pasa? ―pregunté asustada.
―Es que... bueno, pues que... ―titubeó el señor Hocks. ―No-no-no es normal que una varita haga eso... a menos que...
―¡Bueno! ―exclamó Ben interrumpiendo al vendedor. ―Venga, págale la varita que tenemos que irnos.
―¿Pero irnos a dónde?
―A comprar lo demás, venga, venga, venga.
―Vale, vale, ya voy. Ay, no sabía que te ponías así cada vez que tienes prisa. ―dije moviendo la cabeza de lado a lado mientras me dirigía al mostrador junto con Hocks. ―Espera, ¿Cómo le pago?
―En ese bolso tienes tu dinero.
―¡¿Todo?!
―Claro que no, el resto está en el banco mágico.
―Ah. ―me giré hacia el vendedor. ―¿Cuánto cobra por esta varita?
―Te la regalo.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Por ser para ti. ―sonrió. Ladeé la cabeza.
―Pero yo...
―Llévatela, es tuya. Un obsequio de cumpleaños.
―Usted no me conoce...
―No importa, vamos, llévatela, no me harás ese feo, ¿Verdad? ―eso no podía hacerlo.
―Está... Está bien, muchas gracias. ―dije. Salí junto a Ben de la tienda. ―Espera, Ben. ―le dije.
―¿Qué pasa?
―Nadie va a su tienda, se va a arruinar. Tengo que pagarle la varita. ―dije abriendo el bolso. ―¿Pero qué...?
―Es un bolso sin fondo. ―aclaró y metí la mano hasta el hombro.
―Vaya... ¿De dónde lo has sacado?
―Me lo dio el profesor Castellote para ti.
―Oh, tendré que agradecérselo. ―acerté a coger algunas monedas.
―Qué generosa eres. ―dijo.
―¿Por qué?
―Vas a darle veinte aristeiks.
―¿Es mucho?
―Sí, bastante.
―Bueno, da igual. Me parece mejor creador de varitas que ese tal Languers.
―En eso tienes razón.
Me aseguré de que el vendedor no miraba cuando abrí un poco la puerta y dejé el puño de monedas dentro antes de volver a cerrar.
―Ya está. ―dije.
―Bien, vamos a buscar la ropa. ―anunció Ben y caminamos en dirección contraria a Hocks, pasando por delante de Languers.
―¿Por qué por ser yo?
―¿Qué?
―¿Por qué ha dicho que me regala la varita por ser yo?
―Será que le caes bien.
―Me acaba de conocer, y nadie va a comprar a su tienda, no está como para regalar las varitas. ¿Y por qué me has sacado de esa forma de la tienda?
―Por favor, no me hagas más preguntas, pregúntale a Castelotte cuando vayas al colegio. ―me suplicó.
―Oh, pero Ben, no te pongas así... ¿No somos amigos? ―el mago sonrió.
―Sí.
―¿Cómo sabías que hoy es mi cumpleaños?
―Yo te vi nacer.
―¿En serio?
―Tu madre era una maravillosa estudiante. La conocí desde que era una niña como tú.
―¿Cuántos años tienes?
―Cincuenta y tres.
―¿Es verdad que los magos y brujas viven cientos de años?
―Sí, es verdad.
―¿Y... por qué mi madre...? ―dije apenada. Entramos en una tienda llamada Dressclothed.
―Los magos podemos morir de viejos ―me explicó mientras íbamos a la sección de uniformes. ―, que puede ser después de siglos y siglos. La tasa actual de edad es de ochocientos cuarenta y un años.
―¿Quién ha vivido tanto? ―pregunté, perpleja.
―Zacarías Stacatti. El fundador de Neitrix. Llegó casi al milenio. ―sonrió y luego carraspeó. ―Bueno, lo que te decía. Algunos mueren de viejos, otros pueden morir en accidentes como tu madre, y otros... por enfermedades, o simplemente, de tristeza. Los magos somos como los sinmagia salvo en que nuestra senectud tarda más en llegar, tardamos más en envejecer.
―Entiendo... ―intenté cambiar de tema. ―¿Son estos? ―señalé una minifalda de color azulina a juego con un chaleco, un pulóver y una blusa de botones blanca que estaban colgados de una percha.
―Sí, y estas túnicas. ―señaló lo que había en la estantería de al lado. Cogí una y vi una “N” en mayúscula dentro de un escudo en forma de hexágono que se dividía en seis partes. En uno había un dibujo de una corona de oro con diamantes, en el siguiente cachito había un espejo con rubíes incrustados, en el otro había un abedul, en el otro trozo había un trébol de cuatro hojas precioso, el siguiente tenía una copa blanca, y en el último había una espada de plata con zafiros incrustados.
―¿Cómo hacen estos bordados? Tan pequeñitos, tan detallados...
―Ninfas, son las mejores tejedoras del mundo.
―Asombroso... ―murmuré fascinada. Tras probarme varias túnicas y uniformes, fuimos a pagar.
La falda del uniforme, por suerte me llegaba un poco por encima de las rodillas y la túnica llegaba hasta el suelo.
―Y ahora los libros, ¿Verdad? ―pregunté emocionada.
―Sí. Parece que tienes ganas de comprarlos.
―Es que me encanta leer y me gustaría comprar algunos libros de lectura para...
―No hay tiempo para eso.
―Vamos, Ben, por favor, ¿No somos amigos? ―le puse cara de cordero degollado.
―Ay, ¿Cómo haces eso? No me puedo resistir a esa carita.
―Me lo apuntaré por si me hace falta.-sonreí con picardía. Ben suspiró.
―Puedes comprar algunos libros pero no tardes, ―miró un papel, parecía una lista. ―todavía debemos ir a comprarte los ingredientes para las pociones, una alfombra voladora, la escoba...
―¿Alfombra voladora? ¡¿Escoba?! ―me alarmé. Lo miré con los ojos bien abiertos.
―Sí, ¿Qué pasa?-preguntó confuso.
―No-no quiero montar en escoba, no quiero volar, ¡No-voy-a volar!
―Cálmate, pequeña, ¿Por qué no quieres volar? Tendrás que hacerlo, te enseñarán a hacerlo en el colegio.
―¡Pero Ben, ¿Quieres que me dé un soponcio?! ¡Ni drogada me suben a mí en una de esas cosas!
―¡¿Pero por qué?! ―me preguntó poniéndose nervioso.
―¡Porque yo tengo vértigo!
―Oh... Eso puede ser un problema...
―Ah, sólo ''puede'' ser un problema.
―¿Qué te parece si te doy una vuelta antes de usarla tú sola?
―Eso no me convence demasiado...
―Te pueden suspender la asignatura.
―¿Es que no son comprensivos con los que tienen miedo a las alturas?
―Es que... bueno, tú eres un caso especial, como no te has criado con magos, no has cogido una escoba voladora en tu vida. Igualmente las compraremos.
―Vale, pero no me voy a subir.

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